Una tierra mágica donde los ojos no alcanzan a ver todas las flores y sus colores, donde la nariz baila con el perfume de miles y miles de flores, allá donde el Sol y el viento se vuelven uno solo, donde conviven hierba y conejo, mariposa y Madre Tierra. Una tierra de nombre Tenochtitlan.
Todas la flores eran felices, todas, excepto una. Su nombre era Xochitl y era muy diferente a sus hermanas, pues mientras ellas abrían sus pétalos al roce de los rayos del Sol, parecía que Xochitl sólo cobraba vida cuando el viento paseaba cerca de su lugar. Su deseo más grande era llegar a ser libre y le palrlecía tedioso tener que tener una raíz que la pegaba al suelo, cuando la savia trepaba por su tallo, le daba nauseas. De vez en cuando le cantaba al viento que se la llevara, a sus hermanas le daba miedo, pues pensaban que si la Madre Tierra la escucha, se enojaría enormemente con ellas.
Con anterioridad había intentado que las mariposas la arrancaran, pero con sus inútiles patitas débiles, sólo habían conseguido arañarle los pétalos; su último intentó fue con el conejo, se lo pidió una vez que iba pasando por su lugar. Después de tanto rogarle, el conejo con mucho miedo en su interior, la arrancó y en esos instantes se escucharon los sonidos típicos de la caza y salió corriendo, dejando a la pobre florecita tirada en una posición incómoda, el pasto le acariciaba suavemente los pétalos, mientras los gritos desgarradores de sus raíces eran arrastrados por toda Tenochtitlan, aunque solamente la Madre Tierra podía escucharlos.
Xochitl estaba feliz, ahora, la savia dejaba su cuerpo y, según la mariposa, el Viento del Norte la llevaría a bailar, Xochitl era feliz, pues estaba enamora de la libertad de aquel extranjero, no le importó que le advirtieran de él.
El viento se la llevó, durante un tiempo Xochitl no sabía cuál era arriiba y cual abajo, pero era feliz, pues ahora era un espíritu libre. Cuando todo se compusó y con el corazoncito latiéndole a mil por hora, vio que los árboles parecían una mancha verde. El desalmado viento, la dejó caer en una mancha dorada y sin forma, después de haberle confesado que él no tenía raíces.
Al tocar tierra, odió como jamás sus pétalos, pues la mancha dorada, que ahora se convirtió en un grupo de mazorcas, se burlaba de ella, por creerse como el viento y tener pétalos. Aunque, claro, Xochitl se burlaba de las mazorcas por estar pegadas al piso, pero sus burlas no tenían el mismo efecto lastimero que las burlas de las mazorcas.
La coversación la terminó una lluvia que caía deshaciéndose en el piso...sobre las hojas, caía en gotas, se juntaba en charcos, eran muchos, eran uno. Xochitl no había notado la sed hasta ese momento, y cuando quizo beber agua le dijero que no podría, pues para que una planta beba, el agua debe pasar por lo más profundo de su ser, las raìces, y cuando una planta carece de las mismas...
Xochitl estaba triste un viento la empezó a secar, era suave, caricias nada más. Un soplidito, otro, otro y uno más...así hasta que se hubo secado por completo. Aquel que la secaba era el Viento del Sur, que se esperó hasta que fue lo suficientemente ligera como para llevársela. Xochitl sentía una inmensa alegría en su corazón, volvería a ser libre. Aunque no pudo oír las advertencias de las mazorcas sobre que todos los vientos son como "perros con diferente collar".
Todo iba bien, hasta que el coqueto sureño vio un grupo de hojas secas en el suelo y se fue a bailar con ellas, dejando a Xochitl a la deriva...fue bajando tan rápido que sintió como si su cerebro se hubiera quedado sobre su cabeza, tan rápido y de repente, fue a dar al río.
Esa sensación de movimiento rápido, ondulante, suave, tierno pero salvaje, sin control aparente, la frescura. Quería perderse en la inmesidad, como el río, ella quería ser el río. Quéría ser como aquel que tenía sus raíces en la Madre Tierra, quería ser eterna, querìa tener esa promesa de luz en la oscuridad, igual que el río. Entre sus pensamientos hubo una caída, una gran caída, que la sumergió y le arrancó la mayoría de sus pétalos y después la sacó a la orilla del río.
Xochitl estaba triste, pero ahora que miraba a la roca, se sentía triste por ella, porque ella era quieta, como la muerte misma. Pero con una voz estridente, le confensó que los volcanes estan llenos de rocas vivas y que si una se estremecía, la tierra también lo haría.
Pasó volando la mariposa, agitando sus coloridas alitas al Sol. Arriba, abajo, arriba era como un baile celestial. Xochitl gritó en su nombre y cuando la mariposa la vio le confesó que, sin pétalos ni color y con los labios secos, pensó que se trataba de un simple cadaver, que una nueva flor crecería en su lugar y que, por un tiempo la Madre Tierra y sus raíces le lloraron amargamente, finalmente se fue.
Xochitl gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, gritó y gritó. Dio su último aliento y murió.
El Sol se ponía y todos los animales seguían con sus actividades, ya fuera guardar comida como las hormigas o preparse para dormir como las aves, parecía que nadie resentía la muerte de la florecita.
La Madre Muerte salió a pasear sobre sus dominios, y al ver su tibio cadáver fue la única que se compadeció. Tomándola entre sus manos blancas, de largos dedos delgados, se la acercó a la cara, le prometió que de ese día en adelante, sería quien adornaría sus altares, que de ahora en adelante, ella sería tan eterna como la muerte.